During this Year of Faith, we will blog reflections and stories to accompany you on your faith journey.
“God does not look at the caterpillar we are now, but the dazzling butterfly we have in us to become.” -Desmond Tutu
Bishop Tutu picked the movement of a caterpillar into a butterfly as an analogy for the transformation to which God has called each one of us. Our response to that call is at the heart of the season of Lent, which begins on Ash Wednesday, February 13. During Lent, the Church encourages us to devote time and attention to the process of conversion in our lives, the process of becoming our best and truest selves, the process of growing beyond the worldly things that burden us and taking flight in the freedom that comes only through friendship with God.
This conversion does not happen on one day or during one season of Lent. Although we have moments of insight or elation — and although we may have setbacks — conversion is for most of us a step-by-step movement forward. The goal of this gradual progress is what philosophers such as the Jesuit Bernard Lonergan have called “self-transcendence,” an ability to see the world as bigger than ourselves. This doesn't mean that we are insignificant in that bigger world; it means that each of us has an indispensible part to play outside of our own pleasures, interests, and concerns.
In other words, “self-transcendence” is the opposite of self-absorption, the opposite of going through life thinking only of ourselves, of our own security and convenience and comfort. Although self-absorption is an expression of selfishness, a self-absorbed person isn’t necessarily malicious. On the contrary, a self-absorbed person is just as likely to simply be stuck in place, used to a certain safe routine designed to avoid risk — especially the risk of opening the heart to other people and particularly to people in material or spiritual need; to people who are different from us because of their race, their ethnicity, their religion, or their sexual orientation.
That’s where Lent comes in. Lent is an invitation for Christians to ask ourselves if we are stuck in place. As we think about this question, we have a model in Jesus himself whose life was defined by generosity and self-sacrifice, by unconditional love. We become authentic human beings, the human beings God intended us to be, when we imitate that love; Lent is a time to pause and consider how far we have moved toward that ideal, to ask what may stand in our way, and to commit ourselves to taking even modest steps forward.
We may pray during Lent; we may attend daily Mass, engage in spiritual reading, participate in works of charity, and practice self-denial. None of these practices is an end in itself, but any of them can help us feel the Spirit of God stirring within us and turn it loose to spread its wings and grace the world.
• Reflect on ways in which you are becoming the authentic human being that God intends you to be. What Lenten practices could help you on this path?
“Dios no mira a la oruga que somos ahora, sino a la delicada mariposa que se está formando en nosotros”.
Una oruga, la cual solo puede arrastrarse, a simple vista parece tener posibilidades limitadas. Pero al tiempo que va creciendo se va renovando a sí misma una y otra vez con cada muda de piel que no la puede contener por más tiempo. Cuando ha mudado la última piel que la atrapa, la oruga parece desaparecer dentro de su frágil concha, pero re-emerge a una gloriosa y nueva vida caracterizada por bellos colores y la habilidad de volar. Desde su principio como un pequeño huevo, la oruga está destinada a una vida nueva; todo lo que hace la acerca cada vez más al día en que podrá extender esas coloridas alas y parafraseando a un aviador, abandona sus límites terrenales y toca el rostro de Dios.
El obispo Tutu escogió el paso de una oruga a su conversión en mariposa como una analogía de la transformación a la que Dios llama a cada uno de nosotros. Nuestra respuesta a tal llamada es central a la Cuaresma, que empieza con el Miércoles de Ceniza el 13 de febrero. Durante la Cuaresma, la Iglesia nos anima a dedicar tiempo y atención al proceso de conversión en nuestra vida, al proceso que nos convierte en personas mejores y más auténticas, al proceso de crecer más allá de las cosas mundanas cuyo carga nos impide tomar el vuelo de la libertad que solo podemos encontrar en la amistad con Dios.
Esta conversión no se hace en un día o durante una Cuaresma. Aunque tengamos momentos de iluminación o de júbilo –y aunque tengamos tropiezos– la conversión, para la mayoría de nosotros, ocurre paso a paso. La meta de este progreso gradual es la que los filósofos como el jesuita Bernard Lonergan han llamado “la autotrascendencia”, la capacidad de ver el mundo como algo más grande que nosotros mismos. Eso no quiere decir que seamos insignificantes en este mundo más grande; quiere decir que cada uno de nosotros tiene un papel indispensable que jugar aparte de nuestros propios placeres, intereses y preocupaciones.
En otras palabras, “la autotrascendencia” es lo opuesto al ensimismamiento, lo opuesto a ir por la vida solamente pensando en nosotros, en nuestra propia seguridad, conveniencia y confort. Aunque el ensimismamiento sea una expresión de egoísmo, una persona ensimismada, no es necesariamente una mala persona. Todo lo contrario, una persona ensimismada es alguien que tal vez esté estancada en el mismo sitio, que no sale de una misma rutina cuyo objetivo es evitar riesgos, especialmente el riesgo de abrir el corazón a otras personas, particularmente a personas con necesidades materiales y espirituales; a personas que sean diferentes por su raza, sus antecedentes étnicos, su religión o su orientación sexual.
Ahí es donde entra la Cuaresma. La Cuaresma es una invitación que se nos hace a los cristianos a que nos preguntemos si nos sentimos estancados en el mismo sitio. Al pensar en esta pregunta, tenemos un modelo a seguir en Jesús, cuya vida fue definida por la generosidad, el sacrificio y un amor incondicional. Nos convertimos en auténticos seres humanos, los seres humanos que Dios quiere que seamos, cuando imitamos ese gran amor. La Cuaresma es tiempo de detenerse y reflexionar hasta dónde hemos llegado persiguiendo ese ideal, preguntarnos qué puede estar interfiriendo en nuestro camino, y comprometernos a ir dando pasos, aunque sea modestos, en esa dirección.
Podemos rezar durante la Cuaresma; podemos ir a misa diaria, hacer lecturas espirituales, participar en obras de caridad y practicar la abnegación. Ningunas de esas prácticas son un fin en sí, sin embargo cualquiera de ellas puede hacernos sentir el Espíritu de Dios que actúa en nosotros, y liberarlo para desplegar Sus alas y llevar Su gracia al mundo.
• Reflexiona sobre las maneras en las que estés convirtiéndote en el ser humano auténtico que Dios quiere que seas. ¿Cuál de las prácticas cuaresmales te puede ayudar en esa senda?
Sr. Terry is the Executive Director of RENEW International and a Dominican Sister from Blauvelt, NY.